Cómo destruyes la autoestima de tu hijo sin saberlo
Algunos padres sueñan con ser perfectos y que sus hijos también lo sean porque quieren lo mejor para ellos. Sin embargo, la perfección no existe. A pesar de que te animen las más nobles intenciones, puedes ser protagonista de situaciones en las que destruyes la autoestima de tu hijo sin saberlo o sin quererlo.
Por supuesto que no quieres hacerlo. Pero hay ocasiones en la que se da el mensaje incorrecto; ya sea a través de palabras o conductas. Sin caer en el estigma de ser considerado un padre tóxico, hay que aceptar y reconocer estas situaciones para evitarlas.
Revisa esta publicación. Si te ves retratado en alguno de los siguientes casos, es hora de rectificar y cambiar el rumbo antes de que el daño sea más profundo.
Así destruyes la autoestima de un hijo
Como bien describe un artículo publicado por la Revista de Medicina BioPsicosocial, los niños necesitan que sus padres les compartan palabras de amor y de aliento, pero no solo eso. Lo cierto es que también necesitan muestras de ese amor, de la confianza y el respeto que se les tiene como seres humanos únicos y especiales que son.
No obstante, en vez de proteger su autoestima, quizás la estés destruyendo. ¿Cómo? Sigue leyendo.
Sobreproteges
Cuidar a los hijos es una cosa, sobreprotegerlos otra. Evitar que puedan hacer por sí mismos las tareas o no dejar que tomen decisiones ni se equivoquen es una fórmula que solo sirve para destruir su autoestima.
Los niños aprenden y crecen a cada paso; tropezándose y cayendo. Unas veces podrás protegerlo, pero otras no. Por este motivo, el Dr. Michael Ungar de la Universidad Dalhousie (Canadá) sugiere que es mejor enseñarlos a levantarse y sobreponerse.
Lee este artículo: El peligro de la sobreprotección en la educación de los hijos
Insistes en sus errores
Sin errores no hay aprendizaje. De hecho, vivir se trata de cometer fallos, darse cuenta de ellos y aprender cuál es el camino correcto.
Sin embargo, si en vez de motivarlo a aprender, recalcas sus equivocaciones; ya no solo destruyes la autoestima del hijo, también minas sus posibilidades de aprendizaje.
Lo comparas con otros niños
Con las comparaciones también destruyes su autoestima. Comparar a un niño con un hermano o con otro niño de la escuela o el vecindario es un ataque fulminante.
Un niño no necesita oír de sus padres: “ese amigo tuyo es mejor que tú” o “mira qué buena estudiante es tu hermana”. Así, ni lo ayudas a mejorar ni a esforzarse más; solo le haces creer que es “inferior” al otro cuando, en realidad, es único.
Te burlas o minimizas sus sentimientos
Un niño que se siente mal por alguna circunstancia (no le fue bien en un examen o peleó con un amigo) no necesita que sus padres se burlen o minimicen sus sentimientos. Burlarse es un gesto que hace daño. Y la desvalorización de sus sentimientos lleva al niño a pensar que no te importan sus problemas.
En este sentido, un estudio realizado por varias investigadoras de la Universidad de Bristol demostró que el 75 % de los niños entre 11- 13 años sentían que las burlas o el acoso les causaba una angustia considerable.
Apagas sus sueños, así destruyes la autoestima de un hijo
Él sueña con ser pianista o astronauta. Pero le dices que las lecciones de piano son difíciles, o que ser astronauta es imposible. Más allá de que tenga o no el talento, no lo alientas a que se atreva o a que destaque sobre lo que consideras los estándares promedio.
Mientras pides al niño que sea “realista”, también destruyes su autoestima.
Criticas lo que es diferente
Para algunos padres, darse cuenta de que sus hijos tienen características o habilidades distintas a las propias es fuente de duras críticas contra ellos. Estos padres suelen querer que sus descendientes sigan sus mismos caminos y, al percibir las diferencias, arremeten con críticas y descalificaciones.
Humillas y ofendes
Cada vez que usas frases como “no sirves para nada”, “lo haces todo mal”, “nunca prestas atención”, “eres un inútil”, etc. Estás tomando la humillación y la ofensa como forma de corregir a un hijo.
Si sigues este camino, lo cierto es que la destrucción de su autoestima está garantizada.
Esperas y exiges el éxito
Quizás le exiges calificaciones elevadas y no toleras que no lo logre. En este sentido, se podía decir que mides sus capacidades en función de la nota que aparece en el boletín escolar. Pero no valoras el esfuerzo que realiza, ni el compromiso ni la responsabilidad.
Si fracasan o se equivocan, no buscas entender las razones. Prefieres renegar de sus capacidades y, en los casos más extremos, hasta de la propia paternidad o maternidad.
Exiges obediencia absoluta, así también destruyes la autoestima de un hijo
Según un estudio desarrollado en 2016 por la Universidad Estatal de San Petersburgo, los padres controladores que no admiten más que la obediencia ciega son negativos para los hijos.
Es cierto que los niños deben cumplir las normas, pero también tienen derecho a opinar y a que su punto de vista sea escuchado. Si no aceptas su carácter independiente o su voluntad, no solo destruyes la autoestima de tu hijo con empeño; sino que, además, atentas contra el vínculo que os debería unir.
No tienes palabras de orgullo para él
¿Te cuesta decirle “te felicito” o “qué bien lo hiciste”? Quizás creas que si lo alabas lo volverás vanidoso, o que los elogios son innecesarios cuando los hijos hacen lo que se espera de ellos.
Sin embargo, las palabras de aliento son el estímulo que necesitan los niños para saber que lo están haciendo bien y continuar mejorando. No debes emitirlas porque, al contrario de lo que quizás pienses, son necesarias.
Lo ignoras
Algunos padres y hasta “asesores” de crianza indican que a los niños hay que ignorarlos como fórmula para corregir un mal comportamiento, una rebeldía o una rabieta.
Pero la realidad es que para un hijo es doloroso que su padre o madre lo ignore. Y esto le enseña que no merece la atención de las personas que más ama.
¿Y tú? ¿Destruyes la autoestima de tu hijo?
Quizás te parezcan exageradas las situaciones que te hemos descrito. Hasta es posible que pienses que los padres que así actúan solo pueden ser calificados de “horribles”. Sin embargo, la invitación es la de reflexionar.
Quizás, en un momento de cansancio o de tensión, has recurrido a alguno de estos comportamientos (incluso sin saberlo o quererlo). Más de una vez puede haber pasado, y es evidente que no es fácil de aceptar y reconocer. La pregunta clave es: ¿con qué frecuencia ocurre?
También vale la pena analizar la forma en la que te han criado. Superar ese modelaje es un proceso arduo de toma de consciencia y de rectificación que toma su tiempo, pero que vale la pena el esfuerzo. Los hijos lo merecen y lo necesitan.
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