5 tipos de aceites: diferencias, nutrientes y propiedades
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Existen varios tipos de aceites distintos que se pueden incluir en la dieta, pero no todos tienen las mismas propiedades ni la misma calidad. Es importante conocer las diferencias para saber cuál resulta la mejor alternativa para cada momento y situación. Algunos de ellos deben evitarse a toda costa por su gran inestabilidad, lo que provoca que puedan generar inflamación.
Antes de comenzar hay que destacar que las grasas dietéticas no son malas, más bien todo lo contrario. Al menos aquellas que se encuentran como tal en la naturaleza. Si nos referimos a las que han sido modificadas por la industria la cosa cambia. En muchas ocasiones se hidrogenan lípidos para mejorar sus propiedades a nivel palatable a costa de poner en juego su salubridad.
Tipos de aceites
A continuación, vamos a contarte los tipos de aceites que se pueden incluir en la dieta y sus características principales. Como norma general conviene priorizar su consumo en crudo, aunque algunos de ellos pueden soportar bien cocciones bajo temperaturas controladas.
Aceite de oliva virgen extra
Es probablemente el aceite de mayor calidad. Cuenta en su interior con una gran cantidad de ácidos grasos poliinsaturados, elementos necesarios para mantener los niveles de inflamación bajo control. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Journal of the American College of Cardiology, la ingesta regular de este tipo de grasa contribuye a reducir el riesgo cardiovascular. Eso sí, habrá que asegurar que la dieta es equilibrada en cuanto a energía.
Aceite de coco
En este caso nos referimos a un tipo de lípido sólido a temperatura ambiente que resiste relativamente bien los cambios de temperatura. Se puede usar para cocinar, ya que no presenta una tasa de transformación elevada de sus ácidos grasos a tipo trans. Estos últimos han demostrado afectar negativamente al estado de salud, aumentando los niveles de inflamación e incrementando la incidencia de las patologías crónicas y complejas.
Aceite de girasol
Es uno de los más utilizados, pero su calidad es muy inferior al del aceite de oliva. Cuenta también con lípidos de tipo insaturado en su interior, siendo en este caso los más predominantes los de la serie omega 6. Son necesarios para que el organismo funcione de manera adecuada, pero en dosis controladas. En líneas generales se debería asegurar un equilibrio entre la ingesta de dichos elementos y los ácidos grasos omega 3.
Aceite de semillas
Normalmente presentan un grado de refinamiento elevado. Son inestables y no soportan bien las altas temperaturas. No es muy positivo que aparezcan de manera frecuente en la pauta, aunque en crudo se podrían consumir. Es relativamente habitual su inclusión en platos de la gastronomía oriental y poco a poco han ganado peso en otras culturas. Uno de los más habituales es el aceite de sésamo.
Aceite de palma
La grasa de palma es una de las más demonizadas en la actualidad, y con razón. Hablamos de un producto que destaca por presentar una alta tasa de ácidos grasos de tipo saturado, con la característica de que sus enlaces son muy inestables. No soportan nada bien las temperaturas elevadas, ya que enseguida se transforman en lípidos trans. Cuanto menos aparezcan esta clase de elementos en la dieta mejor, ya que provocarán patologías con el paso de los años.
Conoce los distintos tipos de aceites y sus efectos sobre la salud
Como ves, existen diferentes tipos de aceites y no todos ellos son positivos para el organismo. Conviene conocer sus propiedades, evitando así opciones como la grasa de palma y los aceites de semillas refinados. Estos no solo no aportan nutrientes de calidad, sino que pueden contener en su interior lípidos trans que incrementen los niveles de inflamación en el medio interno. Como norma general siempre se debe priorizar el aceite de oliva virgen extra.
Para terminar, ten presente que no solo importa la dieta cuando el objetivo es mejorar el estado de salud y mantenerlo a lo largo de los años. Hay que promocionar una serie de hábitos en conjunto. Por ejemplo, se debe asegurar la práctica de ejercicio físico de manera regular, sobre todo enfatizando en el trabajo de fuerza. Así se mantendrán la inflamación y la oxidación bajo control, previniendo los daños en el ADN celular que puedan impactar sobre los procesos fisiológicos internos.
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