El miedo, el cerebro emocional arrinconado
Escrito y verificado por la psicóloga Raquel Aldana
Hace años ocurrió una terrible tragedia de la cual, sin duda, fue responsable el miedo. Matilda Crabtree, una niña de catorce años, quería gastar una broma a sus padres escondiéndose en un armario para asustarlos cuando volvieran a su casa esa noche.
Sus padres creían que Matilda iba a pasar la noche en casa de una amiga. Por ello, cuando, al regresar a su hogar, oyeron ruidos, el padre no dudó en coger su pistola, dirigirse al dormitorio de la niña e intentar adivinar qué ocurría.
Entonces, preso del pánico, el hombre disparó a su hija cuando esta salió corriendo del armario para darles la sorpresa que había preparado. Unas horas más tarde, Matilda Crabtree fallecía.
Cuando el miedo nos acorrala
Fue el miedo el que hizo al padre imaginar que había un ladrón en la casa; el que le empujó a coger la pistola y recorrer su casa en busca de un intruso que nunca existió; el que le hizo disparar rápidamente sin ver quién estaba ante él.
El miedo y una marea de emociones predispusieron a un padre a proteger a su familia. Eso mismo la destruyó. Una reacción emocional tan natural como necesaria hizo que, lo que podía haber sido una escena familiar entrañable, se convirtiese en tragedia.
Los circuitos emocionales del miedo responden a unas pautas biológicas que han ido gestándose durante más de cincuenta mil generaciones. Esta misma emoción nos hace actuar con tal rapidez que muchas veces nos acorrala.
Así, como se reseña en la historia que encabeza el artículo, nuestros impulsos están diseñados para ayudarnos a sobrevivir y a proteger a nuestros seres queridos; cosa que, como hemos visto, no siempre conseguimos.
El miedo tiene el poder de recorrernos en un instante. La sangre parece paralizarse en nuestro rostro y fluye a nuestras extremidades para hacernos correr o actuar con rapidez.
En nuestro cerebro se desencadena una respuesta hormonal que pone a nuestro cuerpo en alerta, inquietándonos y ayudándonos a prestar atención a aquello que se considera una amenaza para responder de forma adecuada.
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Los circuitos neuronales del miedo
Sin lugar a dudas, el miedo es una de las emociones más destacables de nuestra evolución. Esta afirmación cobra especial relevancia en una época en la que nuestro día a día se encuentra desbordado por el nerviosismo, la angustia y las preocupaciones, amén de patologías como los ataques de pánico, las fobias, la ansiedad generalizada, etc.
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Pero, ¿qué es lo que ocurre en nuestro cerebro cuando algo nos asusta? ¿qué circuitos neurales se activan y cómo lo hacen? ¿qué objetivo tienen? A todas estas preguntas trataremos de dar respuesta continuación, de manera secuencial.
- Cuando nuestros sentidos perciben algo potencialmente amenazante a nuestro alrededor hacen uso de las autopistas cerebrales que les comunican con nuestro cerebro.
- Estas autopistas emocionales conducen directamente al tallo encefálico y al tálamo.
Una vez que la información llega a esas zonas, las vías de comunicación se ramifican rápidamente a la amígdala y al hipocampo, por un lado, y al córtex especializado, donde se examinan con más detalle los sonidos, imágenes o sensaciones que nos han puesto en alerta.
- El hipocampo, región fundamental de nuestra memoria, compara rápidamente esos estímulos que nos han alertado con aquellos que recuerda haber escuchado, visto o sentido en otros momentos.
En otras palabras: nuestro hipocampo trata de dilucidar si le es familiar o no.
- Mientras, el córtex auditivo, visual, olfativo, táctil o del gusto pretende comprender de dónde viene aquello que nos ha incomodado.
Se elabora una hipótesis que se envía velozmente a la amígdala y el hipocampo, estructuras que tratan de concluir si podemos estar tranquilos o tenemos que pasar a la acción.
- Si la conclusión es tranquilizadora, el estado de alerta se paraliza. Si, por el contrario, no lo es, la amígdala envía una señal de alarma que dispone a nuestro sistema nervioso a dar respuesta.
- Como afirma Daniel Goleman, “la recepción de todo tipo de señales convierte a la amígdala en un centinela que escudriña continuamente toda experiencia sensorial”.
- El cerebro secreta diferentes sustancias (hormona corticotrópica, noradrenalina, dopamina), lo que permite a nuestro cuerpo disponerse para la acción.
- Estas sustancias hacen que nuestra musculatura se tense, que nuestro rostro adquiera la expresión de miedo, que nuestro corazón se acelere y que nuestros sentidos se mantengan al acecho.
Ante esta secuencia de sorpresa, el miedo se despliega en un segundo. Esta es la razón por la que nuestra arquitectura emocional a veces no deja espacio a nuestra consciencia, pues nuestro sistema evolutivo nos predispone a responder rápidamente.
Un segundo es lo que, quizás, pudo haber ayudado al padre de Matilda a darse cuenta de que quien tenía de frente era su hija y no un ladrón. Sin embargo, un segundo también hubiese bastado para que un ladrón pudiese atacarle a él y acabar con su vida y la de su mujer.
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El miedo es necesario
Puede que el miedo nos parezca una emoción devastadora pero, en realidad, es una reacción necesaria para nuestra supervivencia. No nos olvidemos de que nuestra naturaleza es sabia y nos ha dotado de múltiples herramientas para poder sobrevivir.
No obstante, es importante aprender a manejarlo. De esta forma, evitaremos desenlaces dramáticos que podrían haberse evitado.
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Goleman, D. (2001). Inteligencia emocional. Editorial Kairós. Barcelona.
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