Sincericidio: la importancia de pensar antes de decir la verdad
Escrito y verificado por la psicóloga Maria Fatima Seppi Vinuales
El sincericidio suele ser un tema que no pasa desapercibido, ya que hay quienes están a favor de la honestidad como valor absoluto y primero, más allá de las consecuencias. Sin embargo, del otro lado hay quienes son más partidarios de los matices.
¿Decir la verdad cueste lo que cueste? En realidad, esto trae consigo varias consecuencias. A continuación detallamos de qué se trata y cómo gestionarlo mejor.
Sincericidio: cuando la palabra antecede al pensamiento
Hablar de sincericidio nos lleva inevitablemente a pensar en la conjunción de dos palabras; la sinceridad y el suicidio como la muerte. Es decir, de una «verdad que mata», impactante y excesiva. Por eso, para entender de qué se trata, lo diferenciemos de la sinceridad.
Sinceridad
La sinceridad tiene que ver con compartir una idea, pero con la consideración del otro. Es una verdad que está en sintonía con el interlocutor, pues empatiza. Se trata de ser cuidadosos, prudentes y de acercarle al otro algo que pueda resultarle útil y constructivo.
Sincericidio
El sincericidio desconoce de límites, pierde el respeto por los otros, suele basarse en impulsos y, con ello, roza en la mala educación y la falta de criterio. Además, prioriza las convicciones propias, como si se tratara de un «paquete» del que hay que deshacerse o una bomba de tiempo que va a estallar en las manos de otros.
Dicho de otro modo, nos ponemos a nosotros mismos y nuestras opiniones en primer lugar, el otro deja de importar y también pasamos por alto el contexto de la comunicación. A veces, esto está motivado por la búsqueda de tener razón y la última palabra. En definitiva, por un interés egoísta.
Sin embargo, tenemos que saber que el sincericidio tiene consecuencias, no solo a nivel individual, sino en las relaciones interpersonales.
Algunas recomendaciones respecto al sincericidio
Hay que tener mucho cuidado porque en nombre de «la sinceridad» se dicen cosas hirientes o se descuida al otro. Debemos ejercitar la responsabilidad afectiva, con la que tenemos en cuenta a la otra persona implicada.
Nuestras palabras no son ingenuas ni inocentes, tienen un gran peso. Por lo tanto, no podemos «lanzarlas» al viento, así sin más. Algunas de las claves para no cruzar la delgada línea que separa la sinceridad de la completa desconsideración son las mencionadas a continuación.
Cuidar al otro a través de la asertividad
Elijamos palabras justas, medidas y empáticas. Evitemos las expresiones absolutistas, extremistas, cargadas de emociones negativas. Seamos conscientes de que las palabras no son inocuas, sino que también enfatizan y acentúan ideas.
Regular la información, dosificar
Cuando entablamos una conversación, tenemos que pensar en la utilidad de lo que queremos decir. ¿Para qué le sirve a la persona saber esto? ¿Quiere saberlo? ¿Qué le aportará mi comentario? Es importante poder ponernos en su lugar.
Preguntarnos de dónde viene la necesidad de hablar
Muchas veces, la primicia nos «quema» en la boca; queremos ser los primeros en contarlo. Sin embargo, cuando lo pensamos con más detenimiento, nos damos cuenta de que corresponde a una necesidad propia, a la de ser vistos, a la de ser protagonistas.
Por eso es tan importante concederse un tiempo de reflexión y entender qué nos motiva a compartir determinada información. Ciertas veces también habla de una incapacidad para gestionar nuestras propias emociones y, por eso, «descargamos» sobre otros el modo en que nos sentimos.
Elegir el momento justo
La comunicación tiene un sentido de «oportunidad» que no podemos obviar si queremos que sea efectiva. No es lo mismo abordar un tema delicado mientras hacemos un viaje en autobús que hacerlo en el living de casa, con tranquilidad.
Si vamos a compartir una noticia, debemos estar a la altura de las circunstancias y encontrar un momento oportuno. Si bien es cierto que a la hora de tratar un tema difícil no hay un momento «perfecto», sí podemos elegir mejores circunstancias.
Hay una frase celebre que dice «una persona puede olvidarse de lo que decimos, pero jamás se olvidará de cómo la tratamos».
Cuestionarse, ¿es una opinión o es un consejo?
Hay que tener mucho cuidado de plantear nuestras ideas como si fueran verdades, con connotaciones moralistas y prejuiciosas. Por ejemplo, una persona quiere decirle a su hermana que está preocupada por su sobrepeso. Sin embargo, antes de emitir un juicio, deberíamos sondear si está haciendo algo al respecto, si tiene alguna dificultad, qué situaciones está atravesando, etcétera.
Decir «subiste de peso», además de ser un comentario inadecuado sobre el cuerpo de otro y de ser destructivo, no aporta nada en la dirección de la solución.
Respetar la comunicación y los procesos del otro
Una vez que decidimos decirle algo a alguien, tenemos que respetar su reacción, sus tiempos, sus silencios y el impacto que le pueda provocar aquello que decimos. En este sentido, también debemos saber que no debemos «tirar la piedra y esconder la mano». Por el contrario, debemos ofrecer un espacio de contención y de escucha.
¿Y si invertimos? Primero el registro y después la palabra
Tal y como ya lo mencionamos, el sincericidio muchas veces responde a ideas propias, a creencias rígidas que nos llevan a sostener la «verdad» como una norma o un camino fijo, más allá de las circunstancias. Empecemos por aceptar que la verdad absoluta y única no existe; cada quien hace un recorte de la realidad y la mira con sus propios lentes.
A veces, actuar desde el sincericidio es una estrategia para llamar la atención o para «devolverle» a la otra persona algo que nos dijo y nos hirió en algún momento. Por eso, es necesario detenerse a pensar antes, analizar las propias emociones y la posición desde la que hablamos. La información es poder, y muchas veces confundimos ser sinceros con el uso de ese poder.
A su vez, es necesario evitar caer en la «unidireccionalidad» de la comunicación, en la que solo importa lo que queremos decir y lo que tenemos para decir. La comunicación siempre implica un otro; de allí la importancia de tenerlo presente cada vez que hablamos.
No se trata de sinceridad si exponemos a la otra persona y la humillamos con nuestros comentarios; eso es maltrato, crudo y duro. Hay que ser capaces de disculparnos si creemos que nos equivocamos. En ocasiones, nos «desbocamos» y herimos a otros. Debemos dar marcha atrás, ser humildes y admitir el error.
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