¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Cuando las relaciones de pareja van mal y sufrimos, en ocasiones, nos preguntamos qué habré hecho yo para merecer esto. Una actitud que nos hunde en una profunda tristeza y que hace que sintamos que no tenemos el control de nuestra propia vida.
Todos pasamos por momentos duros, aunque algunas personas sufren mucho más que otras. Hablamos de situaciones de maltrato, de divorcios dolorosos e incluso de circunstancias en las que se tiene dependencia emocional.
Tras una ruptura o una actitud por parte de nuestra pareja que nos daña podemos preguntarnos “¿por qué he de merecer esto?”. No obstante, sería mucho mejor transformar esto en un “¿qué puedo aprender yo de esta experiencia?“.
Sentirse víctima de las circunstancias
Cuando pensamos en qué habré hecho para merecer esto, que mi pareja me abandone, que me maltrate o que mi relación se haya terminado, adoptamos una posición de víctimas.
Creemos que la vida está en nuestra contra, que no hemos hecho nada malo para que las cosas hayan ido tan mal. ¡Es verdad! No hemos hecho nada malo, pero es que las circunstancias dolorosas no nos eligen, tan solo suceden.
Tendemos a creer que todo en la vida debería irnos bien por defecto. Mientras, rechazamos todos esos momentos en los que las cosas van tremendamente mal.
Escapamos de todo esto. Por ese motivo, en ocasiones, tenemos determinado tipo de conductas en nuestras relaciones de pareja con el objetivo de ser fieles a un solo pensamiento: “todo va bien”.
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Aguantamos faltas de respeto por parte de nuestra pareja en nombre del amor. Toleramos el hecho de tener que depender de alguien para así poder sentirnos felices.
Nos damos segundas y terceras oportunidades para no romper una relación que se hace pedazos.
No pasa nada si una relación no va bien. Pero sí pasa si perpetuamos una relación dañina, que no nos hace bien. ¿Por qué nos preguntamos después qué he hecho yo para merecer esto?
Lo que denominamos como “malo” en ocasiones es “bueno”
Muchas personas aún no comprenden que la palabra “malo” no tiene por qué hacer referencia a una situación desagradable. En ocasiones, lo “malo” tiene mucho de “bueno”.
Pensemos en una pareja que se mantiene unida por los hijos. No se soportan, discuten todos los días e incluso se son infieles, lo que aumenta las discusiones. ¿De verdad que sería malo cortar por lo sano?
Hay muchas creencias que están fuertemente instaladas en nuestra mente y que nos gritan “los hijos tienen que crecer en una familia unida”, “no tener pareja te hace desgraciado”, “si a los 40 años no tienes pareja te quedarás para siempre solo”…
Estas creencias hacen mucho daño, porque nos empujan a estar en una relación, provocando que los hijos escuchen broncas y cómo nos faltamos al respeto a diario, en vez de educarlos en un entorno libre de todo esto y lleno de paz.
También, este tipo de creencias nos empujan a sufrir dependencia emocional, creyendo que solo en pareja seremos felices. Así depositamos toda nuestra felicidad en manos de otra persona.
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Aprender de las experiencias pasadas
Lo positivo de todo lo que nos pueda suceder y que nos puede hacer sufrir es que podemos y debemos aprender de ello para avanzar y no caer en los mismos errores.
Si no aprendemos, es normal que nos lamentemos constantemente de lo mismo. Las creencias pueden tener un gran poder haciendo que culpemos a las circunstancias de nuestro dolor.
Sin embargo, ¿por qué no aprender de todo esto para tomar decisiones diferentes? ¿Por qué no responsabilizarnos de nuestra vida?
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No es cuestión de merecer o no: es cuestión de aprender. Cada experiencia, por muy dolorosa que sea, puede derivar en un aprendizaje enriquecedor.
Esto nos permitirá crecer como personas, afianzar nuestros valores, conocernos mucho mejor y encontrar aquello que nos produce verdadero bienestar.
La vida no es eterna, por lo que quejarnos, victimizarnos y lamentarnos durante un largo periodo de tiempo o toda la vida es un verdadero desperdicio.
Seamos conscientes de cómo vivimos nuestra vida y busquemos, siempre, el equilibrio en ella.
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