Miedo a los conflictos: ¿qué es y cómo nos afecta?

Las situaciones conflictivas suelen despertar ansiedad en muchas personas. Por lo tanto, se tiende a callar o a ceder ante los demás. A la larga, este comportamiento perjudica el bienestar general.
Miedo a los conflictos: ¿qué es y cómo nos afecta?

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 09 julio, 2023

¿Te cuesta quejarte cuando alguien ha sido injusto contigo? ¿Te resulta imposible decir “no” por miedo a lo que piensen de ti? Si respondiste de manera afirmativa a estas preguntas, es probable que tengas miedo a los conflictos.

Las personas con esta característica suelen experimentar mucha angustia ante situaciones conflictivas, por lo tanto, intentan evitarlas a toda costa. No obstante, la perpetuación de este comportamiento termina comprometiendo la salud física y mental. Si quieres saber más detalles y cómo superarlo, te invitamos a seguir leyendo.

¿Qué es el miedo a los conflictos?

El miedo a los conflictos consiste en la experiencia de malestar, ansiedad u horror ante la posibilidad de cuestionar o contrariar a los demás. Las personas con esta problemática suelen callar o ceder antes que expresar su opinión.

Por lo general, son personas que temen perder el afecto de los otros, ser rechazados, caer mal o ser violentados. En consecuencia, cuando no se sienten a gusto o no están de acuerdo con los que los rodean, son incapaces de expresar cualquier idea que los contraríe.

Esta actitud es característica de las personas poco asertivas. Al no saber expresar adecuadamente su incomodidad, prefieren huir.

A corto plazo, esta forma de reaccionar puede aparentar efectividad. No obstante, la evitación de los conflictos no genera tranquilidad. El malestar queda y se acumula hasta provocar problemas más severos.

¿Cuáles son sus causas?

El miedo a los conflictos suele cultivarse en la infancia, etapa en la que se gestan los primeros vínculos afectivos. Es importante tener en cuenta que las circunstancias que permiten el despliegue de esta problemática varían de persona a persona. Los desencadenantes son múltiples y están compuestos por rasgos de la personalidad, la herencia, las experiencias de vida, los estilos de crianza y la socialización.

No obstante, es posible identificar algunos patrones causales. Por ejemplo, las personas que asisten a terapia con esta problemática suelen haber recibido un afecto muy condicionado al cumplimiento de las normas y expectativas de los padres. Es decir, cuando eran niños aprendieron que, si cumplían con lo que se esperaba de ellos, entonces iban a recibir amor.

De esta manera, para ser recompensados, estos niños intentan ser buenos, cumpliendo normas y expectativas que tienen los adultos allegados. Pero lo más grave es que, en paralelo, desarrollan una angustia ante la posibilidad de ser malos. Creerán que serán rechazados si no logran lo que se espera de ellos.

Otro escenario que puede cultivar el miedo a los conflictos es cuando la crianza tiene lugar en un entorno familiar conflictivo. Es decir, cuando los miembros de la familia discuten constantemente y en presencia del pequeño.

Niña con padres que discuten.
Crecer en ambientes con discusiones constantes es una de las causas de la generación del miedo a los conflictos.

¿Cómo nos afecta el miedo a los conflictos?

El miedo a los conflictos hace que los evitemos a toda costa. La evitación puede funcionar por cierto tiempo, pero el malestar, la frustración y la rabia que esto genera se queda en nosotros. Estos sentimientos reprimidos se convierten en tensiones.

Imaginemos a un globo que se llena de aire. Este tiene un límite. Cuando acumula aire en exceso se revienta. Así somos cuando callamos y cedemos.

Dicho esto, es común que la liberación ocurra por medio de la somatización. En este caso, el cuerpo será el encargado de expresar aquellas emociones que no fueron verbalizadas. Por lo tanto, se presentarán problemas de salud recurrentes, como los siguientes:

Por su parte, también podemos responder con estallidos violentos de enojo, en especial con las personas más cercanas. En este caso, es de esperarse que perdamos el control y arremetamos agresivamente contra otros.

Este segundo escenario suele generar mucha culpa. Además, puede reforzar la creencia de que los demás nos abandonarán si expresamos lo que sentimos o pensamos. Se propicia un circulo vicioso de complacencia.

Por último, el hecho de callar y ceder constantemente a las necesidades de los demás nos distancia de nosotros mismos y entorpece la capacidad de identificar nuestros sentimientos y necesidades. Incluso, podemos ser muy dependientes de los criterios del otro.

Es decir, querremos ser aquello que los demás esperan que seamos. Las consecuencias de esta actitud son las siguientes:

Cómo afrontar este miedo

Muchas personas que padecen miedo a los conflictos son conscientes de que callar y ceder no está bien. Y lo saben porque les genera un profundo malestar. No obstante, les resulta imposible quejarse o expresar cualquier idea.

Como ya lo dijimos, suele ser una problemática que se adquiere en la infancia, por lo tanto, tiende a ser un proceso complicado de revertir. Será necesario desmontar el entramado de creencias y emociones que fueron formándose en torno al conflicto.

Esto no se logra de la noche a la mañana. Incluso, muchas de estas creencias se mueven en un registro inconsciente y requieren que la persona se dé cuenta de ellas para trabajarlas.

Además, es probable que se tengan que abordar otros problemas, como la baja autoestima, la ansiedad y la depresión. Por lo tanto, la mejor manera de superar este miedo es asistiendo a psicoterapia. El profesional ofrecerá las herramientas necesarias.

Atención psicológica para el miedo a los conflictos.
A través de un tratamiento psicológico es posible evaluar y abordar el miedo a los conflictos para buscar una vía de solución.

El conflicto como una oportunidad para progresar

Una buena forma de afrontar el miedo a los conflictos es asumiendo que estos son necesarios. Pues representan una oportunidad para acabar con situaciones que no pueden perpetuarse.

Además, dan espacio al diálogo, al consenso, a la negociación y a la integración de diferentes puntos de vista. Esto es lo que permite que el progreso de la humanidad sea posible. Si el conflicto no existiera, entonces no habría reformas para mejorar las condiciones sociales, laborales, familiares y de pareja.


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