Nuestra relación no funcionó y no pasa nada
Nuestra relación no funcionó, pero eso no me impidió seguir adelante. Aunque esto no siempre ha sido así. En su momento me hundí, creí caer en el pozo más hondo. No obstante, esto no era más que fruto de mis creencias. Creencias que me gritaban “¡te quedarás sola!”, “¡nadie más te va a querer!”. Palabras que no sabía cómo gestionar porque se apoderaban de mi mente y no lograba que saliesen de ninguna manera.
Tras meditarlo mucho tiempo, acudiendo a un profesional y observándome como un ser completo, nuestra relación no funcionó pero yo, por fin, logré dejarte ir. Porque, a pesar de que las relaciones se rompan, todo continúa y yo no era la excepción.
Nuestra relación no funcionó, pero eso no me detuvo
Nuestra relación no funcionó y en un primer momento sentí que tenía que adentrarme en esa habitación tan oscura y llena de dolor: la habitación del duelo.
Me resistí muchísimo a pasar cada una de las etapas que la conforman. En la primera, no cesaba de negar la realidad que cada día me abofeteaba para que la aceptase de una vez.
Un día, agotada, me rendí a la ira, que se apoderó de mí y te culpó de todo. Estaba harta de sentirme tan mal, ¡era tu culpa! O eso era lo que pensaba. Pasé en esta segunda de las etapas más tiempo del que en realidad necesitaba.
Después, la tristeza me abordó, porque cada vez estaba más cerca de no tener otra opción que aceptar lo que sucedía. No obstante, me resistí y opté por la negociación. Intenté manipularte, decirte que podía cambiar, que lo nuestro no podía acabar así, que nuestra relación no funcionó, pero que podría mejorar si ponía más de mi parte.
Sin ti me sentía insegura
Era un intento desesperado de retenerte a mi lado, pues sin ti me sentía insegura e incapaz de seguir adelante. Empecé a dejar de hacer actividades que me gustaban. Ya no las disfrutaba como antes.
Pasó mucho tiempo y ahora me alegro de que te alejases y de que no cedieses a mis chantajes. Porque no me quedó otra que enfrentarme a la terrible aceptación. La puerta de la aceptación. Esa que me permitiría salir de esa oscura y dolorosa habitación en la que me había retorcido y en la que tanto tiempo había pasado porque así lo había decidido.
Llegó el momento en el que me cansé de todo o, tal vez, no tenía otra opción. Era continuar ahí, parada delante de esa puerta o abrirla de una vez por todas. Lo hice…
Entonces me di cuenta de que nuestra relación no funcionó y que eso no significaba que fuese el final de mi vida.
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¿En qué se ha convertido la relación de pareja?
Posesión, dependencia, tuyo, mío… Muchas relaciones dejan mucho que desear sobre esa palabra “amor” que tanto dicen profesarse. Continuamos pensando que en las relaciones poseemos al otro. Que es nuestro y nos pertenece. Por eso surgen los celos, le coartamos la libertad y con las maravillosas tecnologías conseguimos controlarlo mejor.
¿A qué hora se ha conectado? ¿A qué hora se ha desconectado? ¿Por qué ha agregado a esa persona? ¿Estará hablando con ella? ¿De qué? Pensamientos obsesivos, que nos vuelven locos y que no nos llevan a más que imaginarios de lo que podría ser y de lo que quizás será. No olvidemos que las profecías autocumplidas están a la orden del día.
Pensemos en las relaciones de pareja como en las que tenemos con nuestros padres, hermanos, amigos… En todas ellas, ¿qué constante hay?
No imponemos, no retenemos, somos felices si deciden irse lejos siempre y cuando sea por su propia felicidad. En las relaciones de pareja no hacemos esto. No lo hacemos porque tenemos miedo.
Miedo a quedarnos solos, miedo al abandono, a no encontrar a nadie más, a que se nos pase el arroz… Miedos fruto de creencias que nos hacen hundir nuestras relaciones en vez de experimentarlas de manera sabia.
Sabemos lo que ocurre cuando nos aferramos a algo por miedo. Al final lo perdemos. Pues lo mismo sucede con las relaciones de pareja.
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