¿Qué son los radicales libres y cómo afectan la salud?
Revisado y aprobado por el médico Leonardo Biolatto
Llamamos radicales libres a unas pequeñas partículas reactivas que pueden dañar nuestras células. Se originan de forma natural durante el metabolismo, es decir, mientras suceden los procesos químicos y biológicos que usamos para producir energía, descomponer los nutrientes o llevar adelante las funciones vitales.
También se pueden formar por culpa de factores externos, como la exposición al sol, rayos X, tabaquismo, contaminantes del aire, bebidas alcohólicas y productos químicos industriales. De todas maneras, mientras están en equilibrio, son moléculas necesarias para el funcionamiento del cuerpo.
Sin embargo, cuando se acumulan de forma excesiva, producen una condición llamada estrés oxidativo, que acelera el proceso de envejecimiento e influye en la aparición de enfermedades, como el cáncer, la aterosclerosis, los trastornos neurodegenerativos, la artritis, entre otras.
Por fortuna, es posible neutralizar parte de sus efectos, gracias a los antioxidantes. Los mismos están presentes en muchos alimentos, como las frutas y los vegetales.
Efectos de los radicales libres en el cuerpo
A medida que pasa el tiempo, el cuerpo reduce su capacidad para defenderse de los efectos negativos de los radicales libres. Además, la genética y el entorno influyen en el impacto que causan en cada persona.
La acumulación excesiva de estas moléculas, en combinación con la reducción de la capacidad del organismo para contrarrestarlas, explican parte de las consecuencias del envejecimiento. Es así como los signos de la edad se hacen más evidentes.
Envejecimiento de la piel
La aparición de signos prematuros de envejecimiento en la piel es una de las principales manifestaciones de la acumulación de radicales libres. El estrés oxidativo en las células cutáneas acelera su degradación.
Sus principales efectos son los siguientes:
- Oxidación de las fibras de colágeno y elastina, que son las que mantienen la firmeza y elasticidad de la piel. Como consecuencia, aumentan las arrugas, las líneas de expresión y la flacidez.
- Desestabilización del proceso de producción de melanina, el pigmento que da color a la piel, lo que resulta en la aparición de manchas.
- Degradación de las grasas que protegen la barrera cutánea, lo que produce deshidratación y pérdida de luminosidad.
- Daños en el ADN celular que pueden resultar en mutaciones y un mayor riesgo de cáncer de piel.
- Inflamación crónica, que empeora el daño de los tejidos y acelera el envejecimiento.
Enfermedades cardiovasculares
Los radicales libres contribuyen a la aparición y complicación de las enfermedades cardiovasculares, ya que oxidan el colesterol «malo» (LDL), dando lugar a la formación de placas en las arterias. Sin una intervención oportuna, esta situación produce daños en las paredes arteriales, aumenta la formación de coágulos y eleva el riesgo de eventos graves, como el ataque cardíaco y el accidente cerebrovascular.
Cáncer
La interacción de los radicales libres con el ADN causa alteraciones y mutaciones. Las células, entonces, se comportan de forma anormal, lo que puede resultar en un crecimiento celular desmedido con la formación de tumores y cáncer.
El estrés celular generado por estas moléculas también produce una respuesta inflamatoria. Si la misma se prolonga en el tiempo, favorecerá la aparición de enfermedades oncológicas.
Neurodegeneración
Al degradar las membranas celulares, las proteínas y el ADN de las neuronas, los radicales libres influyen en la degeneración progresiva del sistema nervioso. Ello podría ocasionar el desarrollo de enfermedades como el alzhéimer, el párkinson y la esclerosis múltiple.
El daño de las células nerviosas (neuronas) y sus estructuras, exacerbado por un aumento de la inflamación, agrava síntomas, como la pérdida de la memoria, las limitaciones del movimiento y la disminución de las capacidades cognitivas.
Enfermedades inflamatorias y autoinmunes
En la artritis reumatoide, el lupus y la enfermedad inflamatoria intestinal, por ejemplo, hay una respuesta errónea del sistema inmunitario que ataca los tejidos del propio cuerpo. El estrés oxidativo, por su parte, aumenta la producción de moléculas inflamatorias, empeora el daño celular y contribuye a la progresión de estas enfermedades.
Problemas oculares
Los radicales libres se relacionan con la aparición de dos enfermedades de la vista comunes, asociadas a la edad: las cataratas y la degeneración macular. Por un lado, al causar oxidación de las proteínas y las grasas en el cristalino del ojo, aparece la opacidad característica de las cataratas.
Entre tanto, en la retina, estas moléculas degradan las células sensibles a la luz (fotorreceptores). Se produce una reacción inflamatoria que acelera la degeneración macular.
Diabetes
El estrés oxidativo generado por estas partículas reactivas está vinculado al desarrollo de la diabetes y sus complicaciones. Dado que degradan las células beta del páncreas, responsables de producir insulina, se dificulta la segregación de la hormona y el control de los niveles de azúcar en la sangre.
A la par, empeora la resistencia a la insulina y se generan daños en los vasos sanguíneos que aumentan el riesgo de retinopatía, enfermedades cardiovasculares, nefropatía y neuropatía diabética.
¿Cómo ayudan los antioxidantes a combatir los radicales libres?
Los radicales libres se forman de manera continua, pero el cuerpo mitiga sus efectos a través de los antioxidantes, que son moléculas que produce de forma natural (como el glutatión o el ácido úrico) o que obtiene a través de los alimentos.
Entre estos últimos, los más destacados son los siguientes:
- Vitamina C: cítricos, pimientos, tomates, verduras de hojas verde y arándanos.
- Zinc: pollo, pavo, mariscos, semillas de sésamo, garbanzos, lentejas y cereales fortificados.
- Vitamina E: aguacate, frutos secos y semillas, frijoles, lentejas y verduras de hojas verdes.
- Selenio: huevos, pescado azul, cebollas, pollo, mariscos y carne de res (porciones moderadas y ocasionales).
- Betacaroteno: albaricoques, melones, mangos, zanahorias, pomelos, morrón, espárragos, remolachas, calabazas.
- Compuestos fenólicos: en especial, flavonoides, presentes en bayas, uvas, raíces, cebollas, ajo, cacao, especias (orégano, tomillo y romero).
La función de los antioxidantes es donar un electrón —una parte de su estructura química— para estabilizar las partículas altamente reactivas. También tienen la capacidad de eliminar sustancias que inician la formación de radicales libres para evitar que se sigan acumulando.
Los antioxidantes pueden actuar sin volverse dañinos ellos mismos. De hecho, se plantea que pueden controlar la actividad de ciertos genes en el cuerpo, cuya alteración resultaría en enfermedades.
En todo caso, ninguno de ellos puede, por sí solo, combatir todos los efectos de los radicales libres. Cada tipo de antioxidante tiene un mecanismo de acción que varía según sus propiedades químicas.
Esta es la razón por la que, para asegurar una protección efectiva contra el daño celular y el estrés oxidativo, es esencial obtener un aporte equilibrado de las distintas variedades de antioxidantes. Preferiblemente, de los alimentos, o bien, de productos tópicos (exclusivos para el cuidado de la piel).
Sin embargo, no es conveniente tomarlos como suplementos de manera excesiva ni bajo ciertas condiciones. Hay contextos en los que los antioxidantes pueden tener un efecto contrario al deseado. Ante la duda, es mejor consultarlo con un médico.
¿Hay otras formas de combatir los radicales libres?
Sí. La otra manera de mitigar su impacto es limitando la exposición. Para ello, puedes poner en práctica las siguientes recomendaciones:
- Asegura una buena calidad de sueño.
- Evita el consumo de alcohol y tabaco.
- Disminuye el consumo de azúcares libres, frituras y alimentos ultraprocesados en general.
- Gestiona el estrés a través de técnicas de relajación, como la meditación, el yoga, la respiración profunda y otras.
- Practica actividad física regular y moderada. El ejercicio intenso, sin el descanso adecuado, puede aumentar la producción de radicales libres.
- Reduce la exposición directa al sol, sobre todo, entre las 11 y las 16 horas. Además, utiliza protector solar con un mínimo de 30 SPF, hasta en los días nublados.
- Procura estar alejado de áreas con alta contaminación de aire, como carreteras con mucho tráfico. También evita el uso de productos químicos agresivos, como aerosoles, limpiadores y pesticidas.
Contrarréstalos con un estilo de vida saludable
No hay nada que puedas hacer para evitar por completo los radicales libres, ya que son un subproducto natural del cuerpo. Si bien tienen la fama de ser dañinos, en cierta medida, son necesarios para que se cumplan varias funciones biológicas.
Además, es prácticamente imposible evitar toda la exposición a las fuentes externas de estas moléculas. Por eso, la estrategia más efectiva que puedes implementar es priorizar un estilo de vida saludable.
Esto implica una dieta balanceada, rica en antioxidantes, que son las sustancias que pueden neutralizar los radicales libres. También hacer ejercicio físico para fortalecer las defensas y limitar al máximo la exposición a la radiación ultravioleta, al tabaco y a la contaminación.
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