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Cuanto más gruesa sea tu armadura, más frágil serás

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El problema de las armaduras es que nos terminan aislando del entorno. Y luego, cuando queremos salir, nos sentimos demasiado frágiles para enfrentarnos a esos miedos.
Cuanto más gruesa sea tu armadura, más frágil serás
Última actualización: 06 julio, 2023

Al esconder el dolor, las emociones quedan silenciadas, pero también estancada cualquier posibilidad de pedir ayuda. Así, cuanto más gruesa es la armadura con la que nos cubrimos, más frágiles hacemos también los propios sentimientos.

A veces los desengaños nos llevan a aislarnos del entorno y a evitar determinadas relaciones o, incluso, a expresar lo que nos pasa. Así, en ese intento de protección, lo que hacemos entonces es encapsular el malestar. Sabemos que estamos sufriendo, aunque no queremos compartirlo…

Te invitamos a reflexionar sobre esta cuestión.

Cuanto más gruesa sea tu armadura…

A menudo se confunde la fragilidad con la debilidad. Sin embargo, cada una de estas condiciones presenta matices diferentes.

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Por ejemplo, si nos fijamos en un cristal con grietas, veremos que este cada vez se va deteriorando más. Pues ese es también el caso de aquellos que se refugian en una armadura. Al final acaban siendo aún más frágiles porque quedan atrapados dentro del muro que construyeron sobre sí.

Estas personas terminan pareciendo débiles, ya que por cualquier dificultad se derrumban. Lo que ocurre es que quizás tengan heridas que sanar que permanecen abiertas. Y, aunque intentan ocultarlas, estas les siguen haciendo daño…

No obstante, son más fuertes de lo que piensan. Porque estos protagonistas han confiado a pesar de las traiciones, han continuado amando pese a las decepciones y han seguido creyendo aún cuando eran conscientes de la mentira.

La armadura al final ha sido una alternativa para mantenerse en pie, para contener ese dolor que a veces uno no soporta ni desea comunicar.

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Las apariencias engañan

Cuando nos ponemos una coraza de este tipo, los demás no pueden vernos tal y como somos. Tan solo llegan a hacerse una idea superficial, esa imagen con la que nos vestimos y tapamos lo que nos hiere o hace desconfiar.

Como mecanismo de protección nos ayuda a evitar situaciones que tememos o a las que no queremos exponernos de nuevo. Ahora bien, por otro lado, con esta actitud reprimimos emociones que permitirían que liberásemos parte del malestar que sentimos.

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Además, de esta manera acaso mostremos un aspecto que confunde a quienes nos rodean. Es una posición con la que en realidad no estamos conformes, pero en la que nos instalamos por miedo a resultar dañados una ocasión más. Nos asusta lo que sentimos, rechazamos vernos tan frágiles…

Así, la capa con la que enmascarar esa incomodidad acaba haciéndose poco a poco más gruesa. Porque aumenta la disonancia entre lo que nos gustaría manifestar y lo que luego de verdad exteriorizamos.

Acaso actuamos de forma inconsciente. No obstante, todo esto son máscaras que nos ponemos para evitar lidiar con los problemas. ¿Cuánto tiempo aguantaremos dentro de esa armadura? Lo que parece que ahora nos cubre es también lo que hace más grande la llaga.

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Cuanto más gruesa sea la armadura, menor será el bienestar

Ese armazón en el que uno se encierra para sobrevivir es asimismo la soga que le oprime. Es esa jaula que le está atrapando y no le deja ser quien es ni plantearse una salida diferente.

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Por eso, todo aquello que no logramos enfrentar al final nos devuelve otras consecuencias. Escapar, ignorar, escabullirnos y protegernos son meros atajos, pero no soluciones auténticas a las dificultades que experimentamos.

Si nos cobijamos en una armadura, perderemos la oportunidad de ponernos a prueba, de reafirmarnos y constatar que contamos con la capacidad para abordar el reto. Sin bien pasar un tiempo alejados para reflexionar y recuperarnos es saludable, tampoco parece que sea la única opción válida de modo permanente.

Antes o después, desearemos volver a sentir, a vivir esos riesgos de los que nos habíamos ido apartando. Es probable que cuando lo intentemos, comprobemos que la propia perspectiva es ya otra. Dispondremos de nuevos recursos y, sobre todo, habremos crecido como personas.

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Al salir de la armadura

¿Has estado alguna vez dentro de una armadura? Tal vez este suponga un proceso de aprendizaje más, aunque no como una elección eterna.

Con huir y escondernos lo que conseguimos es una imagen distorsionada de lo que somos, una barrera para las propias emociones. ¿Qué tal si las dejamos salir? A lo mejor nos sorprendemos con el resultado…

Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.