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Por qué algunas personas envejecen más rápido que otras

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El proceso de envejecimiento siempre ha despertado interés científico porque todos lo vivimos, pero no todos lo experimentamos igual. ¿A qué se debe esto?
Por qué algunas personas envejecen más rápido que otras
Última actualización: 11 septiembre, 2025

Todos en algún momento hemos conocido a alguien que parece que no le pasan los años, y también a quien luce mayor a pesar de tener menos edad. Esa diferencia no es casualidad y, de hecho, es más común de lo que pensamos. Aunque en la cultura popular lo hemos atribuido a ‘secretos de belleza’, lo cierto es que las razones van más allá.

Años de investigaciones científicas sobre cómo envejecen las personas han sido claves para determinar cómo la genética, los hábitos diarios y el entorno influyen en la manera en que transitamos la edad y en la calidad de vida que alcanzamos en la vejez. ¿Hasta qué punto podemos intervenir para retrasar el envejecimiento?

No hay una respuesta única para este interrogante, precisamente porque este proceso sucede de forma distinta en cada persona. Aun así, conocer los factores relacionados es un primer paso para saber qué hábitos podemos mejorar si queremos mantenernos vitales, independientes y plenos, aunque pasen los años. Te invitamos a descubrirlos a continuación.

Influencia genética

Al preguntarnos por qué algunas personas parecen envejecer más lento que otras, es común que nos digan que es por “su genética”. Y sí, es uno de los factores que más peso tiene en cómo envejecemos, ya que nuestros genes influyen en la capacidad que tienen las células para repararse, responder al estrés y resistir a las enfermedades que aparecen con la edad.

De hecho, investigaciones entre parientes cercanos han profundizado en este tema, evidenciando que existen “genes de longevidad” que pueden heredarse. Ahora bien, aunque la genética en sí no es modificable, la ciencia ha demostrado que sí es posible cambiar la expresión de los genes gracias a la epigenética.

Esto quiere decir que la actividad genética a lo largo de nuestra vida va cambiando, para bien o para mal, de acuerdo a nuestros hábitos y el entorno. En otras palabras, lo que comemos, sentimos y hacemos tiene mucho que ver en cómo nos desarrollamos y envejecemos. 

Estrés oxidativo e inflamación crónica

A medida que envejecemos, nuestras defensas celulares se vuelven menos eficientes, sobre todo si tenemos predisposición genética, malos hábitos o estamos en un entorno con altos niveles de contaminación o radiación. Es así como aumenta el estrés oxidativo y la inflamación crónica de bajo grado, reconocidos como dos factores biológicos claves en el envejecimiento.

El estrés oxidativo ocurre cuando hay un desequilibrio entre la producción de especies reactivas de oxígeno y nitrógeno (RONS), más conocidas como “radicales libres”, y la capacidad antioxidante del cuerpo. Su acumulación causa mutaciones en el ADN, daños en las células y las proteínas, generando una pérdida progresiva de la función de los órganos y tejidos.

La inflamación crónica, entre tanto, aparece como respuesta del sistema inmunitario a este daño celular y a otros desencadenantes. Al mantenerse activa por mucho tiempo, empeora el daño a los tejidos y altera procesos celulares que influyen en la aparición de enfermedades crónicas asociadas a la edad, como los trastornos cardiovasculares, la diabetes, el cáncer y las afecciones neurodegenerativas.

Ambos procesos son preocupantes porque producen una activación del sistema inmunitario que desencadena un estado de inflamación continua. Esto da lugar a un círculo vicioso en el que el estrés oxidativo y la inflamación se retroalimentan, activando lo que los científicos llaman “biomarcadores del envejecimiento”, que abarcan cambios como:

  • Daño del ADN y los telómeros: el material genético se rompe o desgasta, limitando la vida útil de las células.
  • Disfunción mitocondrial: las “fábricas de energía” trabajan peor y generan más radicales libres.
  • Senescencia y agotamiento celular: muchas células dejan de funcionar o de regenerar tejidos.
  • Alteraciones epigenéticas: los genes se encienden o apagan de forma inadecuada, acelerando el deterioro.

Factores del estilo de vida

Hay cosas de nuestra genética que no cambian con el tiempo, y cuestiones biológicas sobre las que no tenemos control, como el paso de los años o estar expuestos a la contaminación del aire y las toxinas ambientales. A pesar de esto, cada vez hay más evidencia de que nuestro estilo de vida y los hábitos que practicamos a diario influyen de forma relevante en qué tan rápido envejecemos.

Factores como la alimentación, la actividad física, el descanso y la manera en que gestionamos el estrés pueden servir como “acelerador” o “freno” de este proceso, ya que modulan la manera en que se expresan nuestros genes y nos protegen contra los daños acumulativos del entorno. En este sentido, se sabe que:

  • Mantener una dieta equilibrada, abundante en frutas, verduras y alimentos ricos en antioxidantes ayuda a proteger nuestras células y reducir el riesgo de envejecimiento prematuro. Por el contrario, las dietas altas en ultraprocesados y azúcares aumentan el estrés oxidativo y la inflamación.
  • Hacer ejercicio físico y estar activos físicamente fortalece los músculos, los huesos, el sistema cardiorrespiratorio y la salud en general. El sedentarismo, en cambio, acelera el desgaste celular.
  • Tener un sueño de buena calidad es clave para que el cuerpo se regenere y elimine toxinas. La falta crónica de sueño interrumpe estos procesos vitales y acelera el envejecimiento celular.
  • Una buena gestión del estrés evita que aumenten hormonas como el cortisol, cuya acumulación se asocia con el daño celular.
  • Aumentar la protección contra la exposición solar, la contaminación y las toxinas provenientes del tabaco, el alcohol y otras sustancias es clave para ralentizar el envejecimiento.

Todos los factores interactúan y entenderlo es clave

Algo que nos debe quedar claro en este punto es que el envejecimiento no sucede por una sola causa aislada, sino como resultado de la combinación y retroalimentación entre sí de todos estos factores. Nuestros genes nos dan cierta predisposición, al igual que otros elementos biológicos, pero lo que hacemos a diario para cuidarnos, nutrirnos y activarnos puede tener mucho más impacto en nuestro bienestar a largo plazo.

No hay fórmulas mágicas ni atajos que puedan detener este proceso. Se trata de tomar decisiones conscientes y constantes que nos ayuden a vivir más y mejor. Tener esto claro nos recuerda que si bien no podemos controlar todo, sí es posible mejorar cómo vivimos cada etapa de nuestra vida y esforzarnos para envejecer con más energía y salud.

Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.