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La silla de pensar: ¿sirve este método para corregir a los niños?

6 minutos
La silla de pensar no conduce al aprendizaje, ya que no señala cuál es la conducta que queremos que los niños realicen. Por el contrario, se percibe como un castigo.
La silla de pensar: ¿sirve este método para corregir a los niños?
Maria Fatima Seppi Vinuales

Escrito y verificado por la psicóloga Maria Fatima Seppi Vinuales

Última actualización: 25 mayo, 2023

Durante mucho tiempo, la silla de pensar fue uno de los recursos más empleados para la crianza. ¿Funciona o no funciona?

Voces a favor y voces en contra hay al respecto. Cada quien tiene su experiencia. Lo cierto es que no todos los niños necesitan lo mismo.

Esto es muy importante tenerlo en cuenta. La efectividad de ciertas técnicas depende de su nivel de madurez, de la edad, de su personalidad, del momento de aplicación y de un sinfín de factores más.

¿Por qué se desaconseja la silla de pensar para los niños?

La silla de pensar es una técnica presente en la vida de padres, madres y educadores desde hace mucho tiempo. Sin embargo, a la par que se conoce y aprende más sobre las infancias y su desarrollo, también se amplía el repertorio de técnicas recomendadas.

Hoy, la silla de pensar es desaconsejada por muchos especialistas.

Se emplea cuando se considera que un niño no se comportó de manera correcta. Por eso, se le pide que se vaya solo a la silla de pensar y reflexione sobre su conducta.

Tal como lo anticipa su nombre, el objetivo es convocar a la reflexión sobre un comportamiento. Sin embargo, no hay que perder de vista que los pensamientos en la infancia y en la adultez son completamente diferentes.

Pensemos en el desarrollo progresivo del cerebro. Solo con el tiempo alcanzamos el dominio de diferentes funciones, como las ejecutivas, que nos ayudan a planificar, organizar, tomar decisiones y controlar impulsos.

De modo que, antes de indicarles a los chicos que vayan a la silla de pensar, vale pena preguntarse sobre qué van a pensar. ¿Van a reparar en aquello sobre lo que nosotros queremos? Es muy posible que no. Muchos de ellos aún no tienen la posibilidad de hacerlo.

Incluso, el solo hecho de mandarlos a la silla de pensar no promueve ningún tipo de aprendizaje. No orienta en dirección a la conducta deseada.

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La silla de pensar es una forma de castigo. Es probable que no genere ningún aprendizaje en el niño.

No deja de ser un castigo

Hay que tener cuidado con el mensaje que estamos instalando. Un padre que le dice a su hija “te voy a mandar al rincón de pensar” lleva a una idea equivocada sobre lo que implica el acto de pensar. Es decir, ¡todo lo contrario de lo que esperamos!

También se considera que la silla de pensar o el tiempo fuera son castigos disfrazados. En lugar de promover la reflexión, conducen a las 4 consecuencias del castigo:

  1. Rebeldía.
  2. Revanchismo.
  3. Retraimiento.
  4. Rencor.

También se percibe como un castigo porque el mensaje que le llega al niño es que les retiramos nuestro afecto. En realidad, lo que debemos transmitir es que sus acciones tienen consecuencias y que una de ellas puede ser el enojo o malestar de los padres. Sin embargo, eso no quiere decir que ya no los queremos más.

Por el contrario, para no dañar su autoestima, también debemos ser capaces de comunicarles que los queremos tanto cuando hacen las cosas bien como cuando esto no sucede. Sí debemos alentarlos a que corrijan su conducta.

Algunas alternativas a la silla de pensar

En lugar de proponer el rincón o la silla de pensar, podemos apelar a la conversación de pensar, tal como la llama el psicólogo Álvaro Bilbao. Se trata de empatizar con los niños, de darles pistas y orientarlos a reflexionar sobre por qué determinado comportamiento o actitud no es la más adecuada.

Emplear el diálogo tiene el enorme potencial de que también nos permite conocerlos para entenderlos y así ponernos en sus zapatos. Quizás, nos acerquemos a entender por qué actuaron como lo hicieron. Se trata de apertura y de cercanía.

En su libro Disciplina sin lágrimas, Daniel Siegel y Tyna Payne Bryson proponen en reemplazo una especie de rincón de las emociones y la tranquilidad. Es decir, un lugar en donde los niños puedan retirarse un momento para tranquilizarse, encontrando objetos familiares.

Los invitamos a conectarse desde lo positivo y no desde el enojo o el rencor por dejarlos solos.

Una vez que estén un poco más tranquilos, es importante la guía y el acompañamiento del adulto, que debe orientar la reflexión. Es bueno emplear preguntas para fomentar la empatía:

  • ¿Qué te parece lo que ha sucedido?
  • ¿Cómo crees que se siente tu hermano después del golpe que le diste?
  • ¿Cómo te sentirías si estuvieras en su lugar?

Es clave ayudarlos a pensar en diferentes alternativas a la hora de resolver un conflicto. Por ejemplo:

  • ¿Qué podrías haber hecho distinto para conseguir que tu hermano te devuelva el juguete?
  • ¿Qué te parece si la próxima vez intentas con…?

A su vez, debemos señalarles la conducta positiva que quisiéramos que tengan. Por ejemplo, si quieres que tu hijo deje de jugar con los alimentos mientras come, puedes decir: “¡qué bien, María ya está terminando su comida y podrá jugar pronto!”. A veces, estos comentarios provocan que también quieran ser reconocidos e imitan el comportamiento de su compañero.

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Hay alternativas más saludables para que los niños reflexionen sobre su comportamiento. Estar aislados en un castigo no contribuirá.

Aprender a mirar con ojos de niños

Hay que relativizar algunas travesuras o picardías de los niños. Muchas veces, los adultos nos sentimos tentados a poner límites todo el tiempo, incluso por presión social. Así, cualquier actividad, incluso aquellas en donde no hay peligro, terminan convirtiéndose en un “no”.

Es necesario que nos contagiemos un poco de su mirada, ponernos en sus zapatos y entender que ellos mismos se ponen a prueba. Quieren explorar el mundo que los rodea y se ven impulsados por la curiosidad y la motivación. También tienen que aprender, poco a poco, a ser capaces de autorregularse.

Aunque muchas personas vayan a sorprenderse con esto, tenemos que pensar en límites que se puedan romper y desafiar. También forman parte del aprendizaje, pero se caracterizan porque no representan peligro alguno. Por supuesto que hay que ser consistentes para no confundirlos.

Aprendamos a criar de manera positiva y colaborativa con los niños. También tienen algo para enseñarnos.

Alineemos nuestras expectativas con las posibilidades reales de respuesta que tienen los niños. Si los convertimos en depositarios de nuestros deseos y anhelos, quedamos en una imagen ideal que no es real.

A veces, la silla de pensar se convierte en la herramienta de la que echamos mano con facilidad. Sin embargo, quienes deberíamos pensar somos nosotros.


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