Tus creencias no te hacen mejor persona, tus acciones sí
Escrito y verificado por la psicóloga Valeria Sabater
Los principios que cada cual defiende caen en la falsedad si no se reflejan en ejemplos o en demostraciones auténticas de esos supuestos pensamientos. Por ello, puede decirse que son las acciones en sí mismas las que hacen que uno llegue a ser mejor persona, pero no las meras creencias.
La sociedad acostumbra a ensalzar profundas proclamas como la de practicar la solidaridad, el respeto o la ayuda a los demás. Sin embargo, tales valores a veces escasean o parecen esfumarse cuando observamos el entorno social más próximo en el que nos movemos.
Es decir, se defienden ciertos ideales en voz alta, pero luego, en la cotidianidad, el comportamiento opera de una manera más fría e interesada. ¿Has pensado en esto en alguna ocasión? Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Tus creencias no te hacen mejor persona
En la medida en que actuamos con lo que predicamos, es posible que las creencias que sostenemos nos lleven a ser una mejor persona.
De este modo, la mayoría de nosotros aprecia esas actitudes basadas en la nobleza y el respeto. No obstante, en cualquier caso existe un límite: el propio interés y bienestar.
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Es un asunto complejo que merece la pena detallar un poco más. Vamos a verlo a continuación.
¿Qué son las creencias?
- Las creencias son esquemas mentales que las personas asumen como verdaderos y válidos de acuerdo a ciertas experiencias particulares.
- Ahora bien, cabe considerar que a menudo se dan dos tipos de convicciones. Por una parte, están aquellas que nos gusta expresar en voz alta, de manera explícita. Por ejemplo: yo estimo la tolerancia, el apoyo social, el cuidado de la naturaleza…
- Por otro lado, contamos con algunos planteamientos implícitos relacionados con las emociones que sentimos y de los que en ocasiones no somos del todo conscientes. Por ejemplo: no voy a ayudar a este amigo porque pienso que no lo merece. Aunque, en realidad, no lo haces por envidia o por orientación política, etc.
Con todo, el sistema conceptual básico de creencias con el que funcionamos nos permite afrontar la vida de una forma más segura. Así, según lo que pensamos que es correcto o apropiado:
- Evaluamos de una manera u otra la propia dignidad. Es aquí donde hacemos una clara selección entre lo que aceptamos o lo que no para ‘protegernos y defendernos’.
- Construimos una serie de expectativas acerca de las relaciones. el mundo, la justicia o el azar.
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La necesidad de acompañar de acciones a las propias creencias
Las diferentes experiencias por las que vamos pasando facilitan aprendizajes que nos hacen decantarnos por ciertos argumentos antes que por otros. Es decir, de acuerdo a determinados acontecimientos y al entorno en que vivimos, tejemos un entramado de ideas al que aferrarnos.
Pese a ello, si deseamos una óptima convivencia, es necesario mantener una posición que nos permita respetar la de los demás. Una opinión o perspectiva no tiene por qué estar reñida con la otra. Lo tuyo y lo mío pueden encontrar un punto de equilibrio en el que ambos ganemos.
Además, en función de aquello que proclamemos, tenemos la posibilidad de empezar a practicarlo en el medio más cercano. Por ejemplo, si adoramos la generosidad, ¿qué tal si se la dedicamos a la familia, los amigos o los vecinos? Pequeños actos ofrecen grandes resultados.
Por el contrario, si lo que hacemos es hablar de unos valores que luego no nos definen, quizás quienes nos rodean comiencen a sentir desconfianza y surja alguna que otra discrepancia.
Por ello, tomar consciencia de todo eso que expresamos va más allá de lo que ‘está bien visto’ o lo que los demás esperan de nosotros. Es más, si las creencias que promulgamos van acompañadas de las obras correspondientes, la armonía con uno mismo será una conquista más real y asequible.
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¿Coherentes y abiertos al cambio?
Además de intentar comportarnos en consonancia con los propios principios, es importante relativizar los puntos de vista que adoptamos. Solo el pensamiento flexible nos dejará amoldarnos a los cambios con garantías.
Asimismo, ser receptivos implica escuchar a quienes están al lado. Lee, observa, atiende, deduce, acepta, sorpréndete… La convivencia puede suponer un camino más llano con actitudes abiertas y sensibles. Los beneficios serán mutuos. ¿Comenzamos?
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