El amor como cárcel emocional
Escrito y verificado por el psicólogo Bernardo Peña
¿Por qué sentimos la necesidad de que alguien reine en nuestro corazón? ¿Cómo podemos entregar con tanta facilidad nuestro bien más preciado? ¿Acaso no hemos fantaseado con un príncipe azul que nos rescate de las mazmorras del dragón? Descubre de qué trata ver el amor como cárcel emocional.
Bien, el príncipe azul no existe, pero el dragón sigue estando entre nosotros. Y es que hoy es el día en el que el miedo a nuestras emociones y nuestra dependencia emocional nos atrapa, nos encierra en su castillo y nos impide contemplar otro mundo que no sea el que vemos desde lo alto de la torre. Eso sí, encadenados.
El amor como cárcel: veces no nos enamoramos, nos esclavizamos
¿Por qué seguimos sintiendo la necesidad de depender emocionalmente de otra u otras personas a lo largo de nuestra vida? La culpa de que no salgamos al exterior no la tiene el dragón, que no existe. La tiene nuestra mente por crear a ese dragón.
Sin embargo, no solo esperamos que el héroe de turno nos rescate de las garras del horrible dragón. También deseamos que nos proteja para siempre. ¿Por qué? Porque nos sentimos desvalidos, seres preparados para lo que creemos que es amar, pero no para ser amados, sino salvaguardados.
Al cabo de un tiempo, nos damos cuenta de que la persona que creíamos que podía salvarnos del dragón solo ha conseguido adormilarlo. Pero eso no ha impedido que sigamos percibiendo el fétido olor y el inconfundible calor que nuestro monstruo emana.
Sin duda alguna estamos ante un monstruo imaginario que, aun estando dentro de nuestra mente y de nuestro corazón, seguirá atormentándonos hasta que le hagamos frente.
La única manera de hacer desaparecer a nuestro dragón es empezar a comerle terreno, de forma que sienta cada vez más cerca nuestra valentía y nuestra determinación por disfrutar de nuestra vida y de nuestras emociones plenamente. Eso lo destruirá.
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Amor y dependencia extrema están reñidos: si coexisten, se destruyen
Debemos aprender a disfrutar de nosotros mismos, en soledad y en compañía. Debemos evitar que nuestra felicidad dependa de los demás. Tenemos que imponer la cordura y atar en corto a nuestro dragón. Así, impidiendo que nos esclavice y eligiendo ser dueños de nosotros mismos.
El amor no tiene que convertirse en nuestra prisión emocional. Si vemos el amor como cárcel, aunque la relación de pareja permanezca, el amor se oscurecerá y se someterá a la dependencia.
Se trata de cambiar la necesidad por preferencia, que es mucho más saludable.
Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece llevar a sus espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta.
De todas formas, como decíamos antes, tenemos la mentalidad de que el amor tiene que ser un cuento de hadas. De princesas y príncipes, un mundo Disney lleno de magia en el que al final todo sale bien.
Pero eso de «fueron felices y comieron perdices» solo ocurre en las historias que nos cuentan de niños. Las parejas reales pueden, y suelen, crear dinámicas dañinas que fomentan la dependencia emocional.
No nos damos cuenta, porque pensamos que lo correcto es sentirse seguro y completo teniendo a alguien a nuestro lado, pero lo cierto es que la única persona a la que necesitamos para vivir es a nosotros mismos.
Esta es la razón por la que tenemos que tomar conciencia de que somos personas reales con vidas reales, y que nuestra felicidad depende de nosotros en exclusiva.
El amor como cárcel emocional: no es sinónimo de enamoramiento
En la primera fase del amor, el enamoramiento, puede darse una fuerte dependencia emocional: Se quiere compartir todo y cuanto más tiempo se pase juntos, mejor.
En este primer momento, esto es natural e incluso adaptativo. El roce hace el cariño y cuanto más compartimos en los comienzos, más nos fascinamos y enamoramos.
Ocurre que, según va pasando el tiempo, esa necesidad ya no es tal. Podemos empezar a ver el amor como una cárcel.
Es en estos momentos que convertimos la dependencia en imprescindible para nuestra relación. Nos preguntamos qué es lo que pasa, por qué ya no tenemos ganas de estar horas al teléfono, de escribirnos cartas de amor y de dar rienda suelta a nuestra pasión en cada instante.
Entonces intentamos mantener todos estos comportamientos que antes nos divertían, pero que ahora nos ahogan. Lo hacemos sin darnos cuenta de que estamos asesinando nuestra esencia y la de nuestro compañero o compañera.
La fuente de nuestra preocupación es que en esta fase ya no haya mariposas ni entrega total y nos resulta complicado salir de ahí. A pesar de que nos hace daño, seguimos caminando encadenados, porque no logramos comprender que amar no es necesitar, sino preferir.
El amor no es ahogarse, no es someterse y no es sacrificarse. El amor es tranquilidad, razón, deseo, amistad, cuidado y equilibrio. En el amor no hay temor ni obsesión y por eso merece la pena el cambio.
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El amor propio es un trofeo
Amarse a uno mismo es el inicio de un romance que dura toda la vida.
Quererse a uno mismo no es un privilegio que esté reservado a unos pocos. El amor propio es un trofeo que siempre está a nuestro alcance.
Podemos amar, e incluso adorar a nuestra pareja, pero, a la vez, tenemos que mantener una buena autoestima a partir de la cual cultivar nuestro crecimiento personal, madurar en pareja y avanzar como personas.
Quererse y querer a tu pareja no está reñido. Hacerlo es respetarse plenamente y garantizar que la relación va a funcionar y no va a haber un sometimiento mutuo. Amarnos a nosotros mismos nos hará plantearnos muchas cosas; entre otras, que en el amor no todo está permitido. No tenemos por qué ver el amor como cárcel emocional.
Lo que aquí hemos descrito son consejos que podrían no ser útiles en tu caso. Te recomendamos consultar con un especialista de la salud mental si necesitas ayuda para gestionar tus emociones.
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