El momento de soltar el control y abrazar la vida
Revisado y aprobado por el psicólogo Bernardo Peña
¿Te cuesta soltar el control? No pasa nada, la sociedad nos ha enseñado a priorizar nuestras expectativas, creyendo que cualquier cosa que pensemos o imaginemos es susceptible de que suceda.
Sin embargo, en ocasiones, nos abordan las adversidades. Problemas, obstáculos que no esperábamos y que dificultan el camino que hemos decidido recorrer. No soportamos que nada se salga de lo que habíamos planeado con antelación. Eso nos frustra, nos hace sentir tristes e incluso víctimas.
El control no es más que miedo
Soltar el control es una acción muy difícil de llevar a cabo. Pues, tras ella, está muy presente el miedo. Una de las emociones más paralizantes y, al mismo tiempo, más ilusorias.
¿De qué tenemos miedo? Quizás de que las cosas no salgan como lo hemos planeado. De que exista alguna piedra que nos estorbe o de que alguna barrera se eleve ante nosotros para ponernos a prueba.
- Si algo se sale del guión de nuestras expectativas, empezamos a temblar, a dudar y nos sentimos perdidos.
- Teníamos todo bien planificado. Sin embargo, en cuanto algo, una ínfima parte de un todo, se sale de su sitio, nuestro mundo se tambalea.
- Tenerlo todo bajo control no nos garantiza que las cosas vayan a suceder tal y como las imaginamos. Tampoco que vayamos a tener un gran éxito en el logro de esas metas que nos hemos impuesto.
Por eso, soltar el control es importante para aprender a aceptar las cosas tal y como vengan. Para no caer en la terrible trampa de las expectativas y sumirnos en ilusiones que se quedarán tan solo en eso.
Es preciso abrir los ojos. Dejar de clamarle al cielo la mala suerte que tenemos y empezar a soltar el control, que no es más que fruto de un gran miedo. Miedo a perder, a que nada vaya según lo previsto, a que surjan contratiempos o a que todo trabajo haya sido en balde.
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Un exceso de cuidados y control no siempre proporcionará los resultados esperados
A veces, nos implicamos demasiado en relaciones, trabajo o en otros aspectos de nuestra vida dándolo todo, esforzándonos demasiado. No obstante, al final, nada de esto da sus frutos.
El siguiente corto ejemplifica muy bien de lo que estamos hablando. Nos ofrece una visión sobre la gran importancia que tiene soltar el control cuando estamos tan obcecados en no hacerlo:
En el corto que hemos visualizado podemos observar cómo el afán del pequeño monje budista por atender a esa flor que ha creído rescatar de la tormenta provoca que esta se termine marchitando.
Él se olvida de las demás flores. Se centra solo en esta, sobreprotegiéndola, brindándole toda su atención, poseyéndola, evitando que sea libre y que ella pueda enfrentarse a sus propios problemas sin nadie que tenga que luchar por ella.
Esa flor que aparece en el corto puede simbolizar una relación de pareja donde la posesión se entiende como sinónimo de amor. También puede ser ese hijo al que no dejamos volar del nido o ese trabajo por el que nos esforzamos tanto debido a nuestro miedo a perderlo.
Nuestro temor acaba impidiendo que el otro respire, que sea tal cual es y tenga su propia libertad. Nos consumimos por una buena causa sin darnos cuenta de que no estamos haciendo ningún bien al objeto de toda nuestra atención y cuidados.
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El amor implica soltar el control
Amar a una persona o a una flor, como veíamos en el corto, implica aceptar su naturaleza y dejarla ser. En el momento en el que queremos retenerla, poseerla, cambiarla, hacerla nuestra y que se adapte a nosotros, entonces nos enfadamos, porque nada es como pensábamos.
A veces, ayudamos a los demás creyendo que les hacemos un favor. Cuando, ciertamente, el verdadero favor es dejarles que se enfrenten a sus problemas solos. Que se empoderen haciéndoles frente, porque, de lo contrario, los limitaremos y se marchitarán.
Nos han enseñado desde pequeños que amar es posesión, control, ansiedad, estrés, preocupación… Nos hemos vuelto personas controladoras, que solo ponen el foco en una persona o en un trabajo. En definitiva, podemos prestarles nuestro apoyo, pero siempre sin coartarles su propia libertad.
No existe nada más después de eso. Hacemos de eso nuestra vida, hasta el punto de que nuestra existencia empieza a depender del valor que le hemos dado a esa posesión de la que nos hemos apropiado.
Soltar el control es permitir, es amar y es impedir que algo bello termine marchitándose. No lo hará por su culpa, sino a causa de nuestro gran miedo. Por nuestro temor a perder a eso a lo que le hemos dado un gran valor. Ese que nosotros no creemos merecer.
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