Mientras yo sepa quien soy, no tengo nada que demostrar
Escrito y verificado por el psicólogo Bernardo Peña
La necesidad de demostrar a los demás determinados hechos para conseguir aceptación o reconocimiento llega a ser una fuente de preocupación habitual.
De hecho, en ocasiones para satisfacer a otras personas acabamos haciendo algo que no deseamos o con lo que no nos identificamos. Es decir, al convivir a veces no nos queda más remedio que ceder o cumplir en el plano social.
Sin embargo, esto no implica que no existan ciertos límites. Las fronteras las marcarán ante todo los propios valores y la dignidad personal de cada uno.
Te invitamos a pensar sobre estas cuestiones en las próximas líneas.
Sé quien soy y no tengo nada que demostrar
Al pronunciar un “NO” es frecuente que tengamos miedo de herir o decepcionar a una persona que queremos. A pesar de ello, tal palabra es la llave capaz de abrirnos infinitas puertas y oportunidades. Porque un “NO” a tiempo es un “SÍ” en el instante más adecuado.
Un “NO” en el momento justo, aunque nos cueste y sea algo muy duro, es darnos una oportunidad para empezar de nuevo y dejar de hacernos daño. Ahora bien, en caso de continuar con ello, lo que estaremos haciendo será alejarnos de nosotros mismos y caer prisioneros del sufrimiento inútil.
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La valentía de demostrar quiénes somos y lo que deseamos
Demostrar quién eres y lo que quieres es una técnica de supervivencia necesaria. Es como marcar un territorio, ahí donde los demás saben hasta dónde pueden llegar y qué es lo que se van a encontrar si sobrepasan el contorno.
Dejar claros cuáles son los propios valores es una información útil y esencial para quienes nos rodean. Facilita la interacción y, por supuesto, la convivencia.
Las personas que, en cambio, no establecen límites dejan paso a las exigencias ajenas. Es decir, dan pie a que los otros anden pidiendo un poco más y esperen una disposición constante por parte de aquel que no se hace oír.
No obstante, lejos de considerar esto como como un acto egoísta, vale la pena observarlo más bien como ‘una celebración de nosotros mismos’. Nadie debe sentirse obligado a aparentar algo que no es.
En el instante en que tenemos claro lo que somos, lo que queremos y lo que no estamos dispuestos a permitir, la paz interior se abre paso y relacionarnos resulta una tarea más sencilla.
Además, somos del todo conscientes de que también los demás tienen derecho a ser auténticos, espontáneos y a mostrarse ante nosotros con sinceridad y sin falsedades.
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Sé quien soy y me siento libre
La indecisión, la inseguridad y la baja autoestima son sentimientos que pueden conducir a una continua búsqueda de aceptación externa. Esto es, hay quienes intentan compensar tales emociones negativas a través de la valoración positiva que reciben de fuera.
No obstante, buscar todo el tiempo la aprobación del medio social llega a convertirse en un lastre difícil de sobrellevar. En esta coyuntura uno deja de mirarse a sí mismo para ver solo lo que le pide el entorno.
Pero, en dichas circunstancias, el que se descuida de tal manera, se pierde. Por eso es tan importante conocer asimismo las propias necesidades y defenderlas.
Solo de esta forma estaremos en disposición de conectar con lo que somos. Solo de este modo lograremos la experiencia de libertad que merecemos.
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La convicción de que no tengo nada que demostrar
Podríamos decir que la vida es, ante todo, un reencuentro con nosotros mismos. Una vez que alcanzamos esa ‘conexión interna’, las relaciones interpersonales se tornan más satisfactorias.
Es entonces cuando nos recibimos los unos a los otros sin imposiciones. Es el momento en el que nos hacemos conscientes de los derechos de cada uno, de la magia de construir proyectos en común sin ataduras ni temores.
Con todo, la valentía de decir “no” es un acto de liberación, ya que nos permite presentarnos como somos y expresar aquello que sentimos sin miedo.
Sé quien soy y no tengo nada que demostrar… ¿Lo has probado? ¿Te animas a intentarlo?
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