Un abrazo en el momento indicado, no tiene precio
Escrito y verificado por el psicólogo Bernardo Peña
Hay pocas cosas que reconforten más que un abrazo. Estos gestos sanan, calman preocupaciones y apagan esos miedos que nos hacen vulnerables o extraños en nuestra propia identidad.
Por curioso que resulte, nuestro cerebro está programado para conectar con otras personas. Está diseñado para construir vínculos que nos garanticen sobrevivir, validarnos como seres capaces, seguros y dignos de dar y recibir afecto. Algo se apaga en nosotros cuando las caricias no asoman en nuestros entornos más cercanos. Algo nos falta cuando nadie nos toca, nos abraza o nos dice “estoy aquí, contigo; te quiero”.
Desde la neurociencia, nos explican que ningún niño se desarrollará de forma óptima si no recibe muestras de cariño. Ellos necesitan que se les consuele, precisan sentirse amados y protegidos. A medida que crecemos, nos cubrimos con esa suerte de coraza que nos da ese aspecto de ser fuertes e invulnerables. Pensamos que podemos enfrentarnos a cualquier adversidad y que pocas cosas nos afectan.
Sin embargo, en nuestro interior siguen anidando las mismas necesidades de un niño. Todos necesitamos sentirnos queridos por las personas que son importantes para nosotros y albergar una cierta certeza de que no nos abandonarán. Los abrazos no resolverán los grandes problemas de este mundo, pero son la solución ideal para algunos de ellos.
Por qué cerramos los ojos al abrazar a alguien
¿Te lo has preguntado alguna vez? Basta una caricia, un roce o un abrazo de un ser amado para que, al instante, se libere un neuropéptido muy especial. También funciona como hormona y se llama oxitocina.
- Este compuesto mágico es el “pegamento” con el que se unen las almas. Es el motor que enciende la relación entre madre e hijo, entre los miembros de una pareja y entre amigos que se valoran y se ayudan.
- También los animales poseen este neurotransmisor que gesta esos lazos entre las manadas y las unidades sociales que habitan determinados ecosistemas.
La oxitocina enciende el cerebro y nos invita a ser más amables, más compasivos. Posee una gran influencia en las áreas relacionadas con las emociones. Además, hace posible articular un tipo de lenguaje donde no hacen falta las palabras. Un hecho curioso que alguna vez te habrá llamado la atención es que cuando nos besamos o nos abrazamos, es común cerrar los ojos.
Cuando la emoción sea intensa y nuestro cerebro esté liberando oxitocina, cierra los ojos para centrarte en lo que de verdad importa: las emociones. Abrazar o besar con los ojos abiertos rompe por completo esa intensidad; rompe el hechizo.
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La ausencia de abrazos, el vacío del alma
Cuando tenemos un mal día, cuando somos presa del miedo o de la inseguridad o nos sentimos enfermos, deseamos tumbarnos y acurrucarnos un rato.
- Poco a poco nos ponemos en posición fetal y cruzamos los brazos en esa necesidad primaria que es el contacto físico, aunque sea el nuestro.
- Necesitamos ser arropados y protegidos con amor. En estos casos, pocas, poquísimas terapias son tan efectivas como el abrazo de un ser querido.
- La necesidad física de seguridad y apoyo a través del tacto nunca desaparece.
- Estos actos nos proporcionan un efecto calmante que, a veces, puede llegar a acelerar la curación de muchas enfermedades.
- El sentirnos apoyados y amados fortalece nuestro sistema inmunológico. Ese apoyo emocional sincero y altruista hace mucho más que una vitamina.
- De hecho, a veces, incluso hasta la mano de un médico sobre nuestro hombro nos da aliento y nos reconforta.
Carecer de estas muestras sencillas de consideración, crea profundos vacíos en nuestra alma, en nuestro cerebro emocional.
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Las reglas del buen abrazo
No todos los abrazos sirven y no todas las personas pueden franquear esa distancia que nos separa de los demás. De ahí que el abrazo de un desconocido nos haga sentir incómodos y sea hasta desagradable. De hecho, en nuestro círculo social también hay familiares o amigos con los que no deseamos tener contacto físico.
Tampoco faltan ejemplos de personas a las que queremos y que, sin embargo, no saben cómo transmitir el afecto o no se atreven a hacerlo. Por ello, siempre nos vendrán bien estos consejos:
- Un abrazo debe ser espontáneo, sincero e intenso. Si quieres a alguien, abrázalo. No esperes a que la contraparte tome la iniciativa.
- Los niños siempre llegan a una edad en que parecen defenderse de los abrazos. Sin embargo, aunque demuestren lo contrario, los abrazos les agrada y les hace sentir bien. Abrázalos unos pocos segundos aunque se resistan.
En esas situaciones en que las palabras no valgan para mucho, abraza. Cuando la conversación llegue a un callejón sin salida, abraza. No lo dudes, abraza. No lo olvides: Muchas veces, un abrazo puede ser la solución para dramas incluso insospechados.
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- Barthes, R. (1990). La aventura semiológica. Barcelona: Paidós.
- Escandell, M. V. (2006). Introducción a la pragmática. Madrid: Anthropos.
- Galeano, E. (2015). El libro de los abrazos. Barranquilla: La Cueva.
- Morris, Ch. (1962). Signos, lenguaje y conducta. Buenos Aires: Losada.
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