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No hay por qué gustar a todos: no todo el mundo tiene buen gusto

4 minutos
Es normal querer agradar a todo el mundo, pero es un error dejar de ser uno mismo para conseguirlo
No hay por qué gustar a todos: no todo el mundo tiene buen gusto
Bernardo Peña

Escrito y verificado por el psicólogo Bernardo Peña

Escrito por Valeria Sabater
Última actualización: 23 mayo, 2023

En la escala más alta de sufrimientos inútiles está sin duda nuestra preocupación por gustar a todos. Es muy posible que ahora mismo te digas a ti mismo que eso no te caracteriza, que no va contigo y que no te preocupas en absoluto por tener que ajustarte a los gustos y preferencias de todo el mundo por encajar.

Ahora bien, en cierto modo, todos lo hemos hecho alguna vez y lo seguimos haciendo a pequeña escala. Las personas, para formar parte de entornos sociales y afectivos, estamos obligados a armonizar, a sintonizar con los demás.

Ello nos obliga muchas veces a tener que agradar, a ser corteses e incluso a decir “sí” cuando nos apetece decir “no”. La clave de todo  está en el equilibrio, en la asertividad y en la inteligencia emocional.

A todos nos gusta agradar y que nos vean como personas accesibles, pero ello no debe hacernos caer nunca en el esclavismo de gustar a todo el mundo por igual. Te proponemos reflexionar sobre esto en el siguiente artículo.

La necesidad angustiosa de gustar a todos

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Las personas necesitamos “gustar”, y quien piense lo contrario se equivoca. Gustar significa por ejemplo afinar nuestras dotes de seducción para atraer a esa posible pareja que nos llama la atención. Gustar es dar una buena imagen en una entrevista de trabajo con la cual conseguir un empleo y una proyección de futuro.

Queremos agradar a las personas que son afines a nosotros para tenerlos como amigos, y tampoco podemos negar que en ocasiones hemos de ceder un poco con nuestros familiares para que exista armonía. No obstante, ceder un poco no es perder un mucho.

Es equilibrar la balanza para que todos podamos coexistir. Porque si cada uno de nosotros actuáramos solo en interés propio, marcando límites y alzando muros, perderíamos el sentido de sociedad.

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Aunque la pregunta que ahora nos viene a la cabeza sería la siguiente: ¿Dónde está el límite? ¿Dónde se encuentra la frontera entre mi identidad y lo que me exige la sociedad para sentirme integrado? Te lo explicamos a continuación.

Ese íntimo proceso del autodescubrimiento

Todos tenemos nuestra propia esencia, y esta esencia no es más que un bagaje personal donde se hallan nuestros valores, nuestras emociones, autoestima y autoconcepto.

Ese viaje personal donde ir descubriéndonos a nosotros mismos es un proceso que dura toda la vida. Durante la adolescencia es común desarrollar esa necesidad de gustar a todos. Acabamos de aterrizar en el mundo como seres sociales en busca de las primeras experiencias y necesitamos, por encima de todo, sentirnos integrados.

Ello hace que el adolescente sienta en ocasiones una grave disonancia entre lo que él es o siente y lo que el resto quiere de él. La sociedad les pide que sean atractivos, perfectos e independientes. Las modas los homogeneizan de tal modo que se borran sus particularidades, sus esencias. No es lo adecuado.

Todos hemos pasado por estas etapas para despertar, al fin, en ese equilibrio interior donde descubrir que nos gusta ser únicos, especiales y a la vez diferentes del resto.

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La aventura de ser uno mismo

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Lejos de lo que muchos piensan, ser uno mismo no es fácil. Están, por una parte, las expectativas de nuestro entorno, de nuestra familia, de la propia sociedad y de nuestros trabajos.

Se nos pide que seamos buenos hijos, buenas parejas y trabajadores eficaces. Aunque en ocasiones acabamos experimentando en piel propia el chantaje y esas situaciones donde se nos exigen ciertas cosas que van en contra de nuestros valores.

La aventura de ser uno mismo requiere, lo queramos o no, tener experimentar pequeñas confrontaciones. No obstante, no debes verlo como algo malo.

Poner límites ante lo que queremos y lo que no estamos dispuestos a hacer permite que los demás se relacionen mucho mejor con nosotros, porque comprenden cómo somos.

No todo el mundo tiene “buen gusto” para apreciarte

El mundo no se termina con un “no, no me gustas”, de hecho, nos abre otros caminos más adecuados. Porque quien se esfuerza cada día en gustar a todos se aleja de sí mismo y de ese sendero personal donde se inscribe la autoestima, el equilibrio, la propia identidad.

Si alguien no tiene pues el “buen gusto” de apreciar tu carácter, tu risa escandalosa, tu sentido del humor, tu sarcasmo y tu pasión por la vida, no te preocupes.

Por alguien que hace una mueca de disgusto, hay decenas que empatizan con tu persona, con ese aire vital que te define y que te hace único. Así que no lo dudes, disfruta cada día de la aventura de ser uno mismo.


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