La verdad sobre la sacarina: ¿es tan perjudicial como dicen?


Revisado y aprobado por la nutricionista Maria Patricia Pinero Corredor
No. La sacarina no es perjudicial para la salud y se considera una alternativa para quienes buscan controlar su peso, manejar la diabetes o prevenir las caries sin renunciar al sabor dulce. Si bien durante décadas ha sido motivo de controversia y discusión, la evidencia científica actual respalda su seguridad para el consumo humano.
Este edulcorante artificial se caracteriza por ser entre 200 y 700 veces más dulce que el azúcar, sin calorías y con usos que van desde la fabricación de alimentos y bebidas light hasta productos para diabéticos, fármacos y fórmulas para el cuidado dental. Entonces, ¿por qué muchos temen consumirlo? La razón es que persisten algunas creencias basadas en estudios antiguos y desinformación.
En la actualidad, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) desmienten su supuesta relación con el cáncer y otras enfermedades crónicas. Por el contrario, validan su uso, aunque bajo estrictas regulaciones.
¿Qué es exactamente la sacarina?
La sacarina es un edulcorante artificial que se utiliza como sustituto del azúcar. Fue descubierta en 1879 por un químico de la Universidad Johns Hopkins, mientras investigaba derivados del alquitrán de hulla. En la actualidad, su producción industrial se hace a partir de compuestos del petróleo como el tolueno, mediante procesos de síntesis orgánica con sustancias seguras.
A diferencia del azúcar, este endulzante no se descompone ni se absorbe en el cuerpo humano. En otras palabras, pasa por el sistema digestivo y se elimina por la orina sin alterarse. Esto se debe a que el organismo no tiene las enzimas necesarias para su metabolización. Sin embargo, eso evita que aporte calorías o que afecte los niveles de azúcar en sangre.
Su sabor es bastante dulce, por lo que se requieren cantidades mínimas para endulzar los alimentos. Pese a esto, tiene un ligero regusto metálico o amargo, que los fabricantes intentan neutralizar combinándolo con ingredientes como el aspartamo, la glicina, la pectina o el crémor tártaro.
¿A qué se debe su mala fama?
La mala reputación de la sacarina surge de ideas alarmistas que se difundieron hace décadas y que permanecen en la cultura popular. Todo comenzó en los años 70, cuando se publicó una investigación hecha en ratas de laboratorio que determinó una posible relación entre el consumo de este edulcorante artificial y un mayor riesgo de cáncer de vejiga.
A raíz de esto, se empezó a exigir a los fabricantes que incluyeran una advertencia en todos los productos que contenían la sustancia. Luego, a falta de evidencia en humanos, entidades como la FDA prohibieron su uso. No obstante, las investigaciones no se detuvieron y, más tarde, se determinó que dichos efectos no eran aplicables para los humanos.
Para el año 2000, el Programa Nacional de Toxicología de los Institutos Nacionales de Salud (EE. UU.) la eliminó de su lista de sustancias potencialmente cancerígenas y retiró la advertencia obligatoria de los envases. Pero, ¿por qué persiste la idea de que es perjudicial? El estigma quedó sembrado y algunos se mantienen escépticos.
La idea de que es «tóxica» y causa de cáncer, sumado al prejuicio de que «lo natural es siempre mejor», ha persistido en decenas de titulares a lo largo del tiempo. Algunos creen que también altera el metabolismo, daña los riñones o causa alergias, pero nada de esto se ha corroborado con pruebas sólidas en ensayos clínicos recientes.
Algunos investigadores no descartan del todo un riesgo potencial, pero apuntan a que el peligro aparece en cantidades extremadamente altas. Una persona tendría que ingerir lo equivalente a cientos de refrescos light con sacarina al día para resultar expuesta a estos peligros.
Desequilibrio bacteriano intestinal, un riesgo potencial
Estudios más recientes, principalmente en animales, sugieren que una ingesta elevada y sostenida de sacarina tiene el potencial de generar disbiosis intestinal, es decir, un desequilibrio de la microbiota. Esto, a su vez, se asocia a efectos metabólicos negativos, como mayor riesgo de diabetes, obesidad y enfermedades crónicas.
Pero al igual que los riesgos antes mencionados, no se ha demostrado que tenga el mismo impacto en humanos. La documentación es limitada, variable y no concluyente. Por ahora, no hay sustento de que su consumo dentro de los límites recomendados afecte la salud intestinal en personas sanas.
Ventajas de sustituir el azúcar con sacarina
Aunque la sacarina no aporta beneficios nutricionales directos, utilizarla para sustituir el azúcar tradicional (sacarosa) parece brindar algunas ventajas entre quienes buscan reducir su ingesta de calorías o controlar algunos problemas de salud. Aun así, hay ciertos matices que hay que considerar. Veamos.
1. Control del peso
La sacarina es uno de los endulzantes artificiales más utilizados para mantener el sabor dulce sin sumar calorías adicionales. Debido a esto, su uso en reemplazo de la sacarosa ha sido una estrategia ampliamente utilizada para facilitar la pérdida de peso o ayudar al mantenimiento del mismo.
Añadida en pequeñas cantidades, sirve para preparar versiones más ligeras de postres, bebidas y recetas tradicionales. De este modo, quienes están en un plan para adelgazar pueden seguir disfrutando preparaciones dulces con menor aporte energético, lo que favorece la adherencia a la dieta y el control del apetito, al menos en el corto plazo. Esto no significa que por sí sola haga perder peso, sino que puede ser un apoyo útil dentro de un plan de alimentación saludable.
Aun así, la evidencia científica es contradictoria. Hay estudios que plantean que su uso prolongado puede llegar a alterar la percepción del dulzor natural o influir en los mecanismos del apetito, lo que, eventualmente, puede conducir a un mayor consumo de alimentos.
A raíz de esto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) desaconseja su uso para el control del peso, y advierte que no son una solución efectiva por sí mismos. Además, apunta que «no son factores dietéticos esenciales y carecen de valor nutricional».
2. Apto para diabéticos
La sacarina es apta para personas con diabetes porque, en contraste con el azúcar de mesa, no eleva los niveles de glucosa en sangre, ya que el cuerpo no la metaboliza ni la absorbe. Diversas autoridades sanitarias, como la Asociación Americana de Diabetes (ADA) y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), respaldan su uso como opción segura para estos pacientes.
Eso sí, es importante considerar que por sí sola no previene ni trata esta enfermedad. Su valor radica en que puede agregar sabor dulce a una amplia variedad de platos sin los efectos perjudiciales de la sacarosa. Por supuesto, es importante asegurar un consumo moderado, como parte de una dieta saludable y balanceada.
Cierta evidencia plantea dudas sobre el impacto a largo plazo de los edulcorantes sobre la sensibilidad a la insulina. Sin embargo, no hay investigaciones concluyentes que demuestren un efecto negativo claro, siempre que su ingesta sea modesta.
3. Menor riesgo de caries dental
La razón por la que este edulcorante artificial se emplea en la fabricación de pastas dentales, enjuagues y chiles sin azúcar es porque, contrario al azúcar convencional, no puede ser fermentada por las bacterias presentes en la boca. Esto significa que no aumenta la producción de ácidos que erosionan el esmalte dental y que da lugar a la aparición de caries.
Este efecto también se obtiene al utilizarla como sustituto de la sacarosa en el día a día. Al reducir o eliminar el consumo de azúcares fermentables, se limita la fuente de alimento que requieren las bacterias orales para proliferar, lo que se traduce en un entorno bucal más saludable y menos riesgo de esta enfermedad dental
¿Qué cantidad de sacarina se considera segura?
Según instituciones como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), la ingesta diaria aceptable de sacarina es de entre 5 miligramos y 9 miligramos por kilogramo de peso corporal. Así, si una persona pesa 70 kilogramos, puede ingerir alrededor de 350 miligramos al día sin riesgo para la salud.
Superar dicha cantidad de forma habitual se considera excesivo y riesgoso, sobre todo si se combina con una ingesta elevada de otros edulcorantes artificiales.
¿Quiénes deberían evitar la sacarina?
Siempre que su ingesta se haga dentro de los límites establecidos, la sacarina se considera segura para la mayoría de las personas. Sin embargo, es preferible evitar su uso en condiciones específicas, como antecedentes de alergia a las sulfonamidas —a la que pertenece la sacarina—, ya que, en raros casos, podría ser el detonante de reacciones adversas como urticaria o dificultad para respirar.
Durante el embarazo, si bien las pruebas no son concluyentes, se ha observado que puede llegar a atravesar la placenta y permanecer en los tejidos fetales. Por ahora, aunque sus efectos a largo plazo no están demostrados, se recomienda limitar su uso en esta etapa como medida preventiva.
La clave es un consumo consciente
La satanización de la sacarina carece de fundamento, pero tampoco es una solución mágica para dejar el azúcar, ni mucho menos está libre de controversias. Su uso moderado y ocasional es una alternativa interesante para disfrutar una amplia variedad de comidas dulces, sin añadir calorías extra ni afectar los niveles de glucosa en sangre.
Aún así, es importante tener criterio al utilizarla. Primero, porque el exceso de dulzor en la dieta a —aunque provenga de edulcorantes— puede reforzar el deseo por lo dulce y afectar tus decisiones alimentarias. También porque su inclusión en productos bajos en calorías puede dar la impresión de que las versiones «libres de azúcar» o «light» son saludables, aunque no sea del todo cierto.
Recuerda que si bien la sacarina no suma calorías, a menudo se incluye en alimentos ultraprocesados que contienen grasas saturadas, exceso de sodio y otros aditivos que no son recomendables. Así pues, consúmela sin culpa ni temor, pero siendo consciente de que, como casi todo en nutrición, la moderación y el balance son determinantes.
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